
El poder y sus arrabales comparten la cultura del secreto. Antes de que la humanidad entrase en la historia, el secreto del fuego constituyó una de las claves del dilatado y desconocido Paleolítico. Cuando paulatinamente entramos en la historia de la mano de la escritura, el secreto de la fabricación del hierro dibujó los primeros imperios. Después, siempre ha sido igual: Ocultación, manejo de información privilegiada, secretos y más secretos han acompañado a los que han ejercido el poder. No obstante, dentro de la idea occidental de democracia e igualdad de todos los hombres y mujeres, la presencia de secretos resulta moralmente repugnante y desde el punto de vista de los derechos civiles absolutamente inaceptable. No es de recibo, por ejemplo, que una Administración que maneja recursos públicos no rinda cuentas de sus actos de gestión. En nuestra sociedad, la falta de transparencia, la ocultación al conocimiento público de cualquier tipo de actuación por parte de un poder que emana directamente de la voluntad popular, provoca tensiones y da lugar a hipótesis y especulaciones que crean confusión y restan credibilidad a quien, por ejercer un poder democráticamente legítimo, debería ostentar el liderazgo moral.
Estas consideraciones, entendemos, son la base de la convivencia democrática. Pero…
En ocasiones, los secretos son tan inconfesables que se generan maniobras de distración para disimular su existencia. Esta semana hemos asistido, en el ámbito sanitario de la Comunidad de Madrid, al anuncio de la convocatoria de 19.700 plazas de personal fijo para paliar ese mismo número de plazas actualmente en condiciones de precariedad, en el caso de los médicos uno de cada tres. Un buena noticia sin duda en una primera lectura lineal. Desde AMYTS, Julián Ezquerra, su secretario general, ha advertido, no obstante, dos cuestiones que no pueden caer en saco roto.
Una, la necesidad de convocar un concurso de traslados previo a la OPE, hace 16 años que no se celebra ninguno y los profesionales tienen derecho a ajustar sus destinos a sus preferencias o condiciones de vida.
Dos, la que más nos importa desde la perspectiva del secreto inconfesable que pensamos se quiere disimular, Ezquerra ha apuntado que cuando termine todo el proceso de esta macro OPE, la tasa de jubilaciones habra generado entre un 15 y un 20% de interinidades, que sumadas a la situación de los que por una u otras razones no hayan podido opositar, supondrá que nos encontraremos, nuevamente, con una tasa de precariedad laboral muy similar a la actual. Es algo que a los responsables políticos de la Administración actual le simporta poco. Por una parte y de cara a la próximas elecciones, en 2018 o a lo sumo en 2019, ya se han apuntado un tanto del que esperan obtener réditos. De otra, su secreto inconfesable se mantedrá bien guardado.
¿Qué secreto es ese? Para aproximarnos, recomendamos un acercamiento a la obra “Estado de inseguridad. Gobernar la precariedad”, de la politóloga alemana Isabell Lerye, accesible en español en Traficantes de Sueños. Lo que viene a explicar y nuestros gobernantes niegan, es decir, mantienen en secreto, es que “la precarización no es ningún fenómeno marginal, ni en el ámbito germanoparlante ni en Europa. En los principales Estados industriales occidentales del neoliberalismo ya no puede ser arrinconada en los espacios socio-geográficos de la periferia, donde solo afecta a los demás. La precarización no es ninguna excepción, sino que es la regla. Se extiende por todos los ámbitos que hasta ahora eran considerados seguros. Se ha tornado en un instrumento de gobierno además de en un fundamento de la acumulación capitalista al servicio de la regulación y el control social”. No se puede explicar mejor.
Para los gobiernos del mismo corte del que tenemos en la Comunidad de Madrid la precarización es su instrumento de control. Reconocerlo resulta vergonzante, por ello se oculta, se aplican medidas que aparentemente van en su contra, y se mantiene en la cultura del secreto, por necesidades del propio poder, igual que el control del fuego en el Paleolítico, o de las armas nucleares en nuestro días.