
Si algo he aprendido en mi trabajo en torno a la relación médico-paciente es que ésta ha atravesado diferentes etapas a lo largo de su historia, motivadas por los cambios en la situación sociocultural por la que atravesaba. En el siglo XX, la demanda de los pacientes, de forma individual y a través de sus asociaciones, de ser tenidos en cuenta en la toma de decisiones fue abriendo paso a una relación más dialogante e igualitaria, dando lugar a un mayor protagonismo de los pacientes en la misma, pero sin caer en el riesgo (que se hizo patente durante un tiempo) de que ello supusiera dejar en soledad a estos últimos ante las decisiones a tomar en torno a su enfermedad. La ruptura de relación que ello hubiera supuesto probablemente hubiera infligido muchos daños al propio paciente, y afortunadamente la respuesta ha sido desarrollar toda una línea de trabajo en torno a la toma compartida de decisiones.
Algo de todo esto es el talante que hecho en falta en la situación actual de Cataluña y su propuesta unilateral de independencia. Se está incurriendo en el riesgo de ruptura de la relación que, en ningún caso, sería positiva para ninguna de las ¿partes? implicadas. Y ello porque no ha habido suficiente receptividad a la necesidad de comunicación en torno a la situación real, en la que una parte importante de la población de Cataluña (no sabemos si mayoritaria o no) desea un estatus muy diferenciado dentro (o fuera) de España. Se han aducido razones históricas por uno y otro lado, como si la historia tuviera que imponerse, como destino inamovible, a las personas que la reciben. Y eso sin olvidar la posibilidad de que la misma historia pueda ser vivida desde diferentes perspectivas, dependiendo del lugar en que cada uno se hubiera encontrado.
En definitiva, que en vez de enfrentar un diálogo constructivo y respetuoso que asuma la existencia de diferentes perspectivas, se ha jugado más bien a un juego de tomas y dacas que no ha contribuido sino a la fermentación anaerobia del problema, que ha ido extendiéndose hasta reventar de la manera en que lo ha hecho. ¡Qué bien refleja esto otra metáfora, expresada de forma auténticamente artística en la viñeta de Miki y Duarte que ha dado la vuelta al mundo a hombros de las redes sociales!
El caso es que la autoconstitución ilegal (porque se realiza contra el marco legal existente, lo que lógicamente tiene sus consecuencias) de Cataluña como ámbito de decisión soberana y su confrontación con el status quo legalmente aceptado (y, quizás, demasiado férreamente mantenido) ha conducido a una situación de aún mayor incomunicación, y de radicalización y ruptura social, que hace cada vez más y más difícil emprender una comunicación que, por fin, pueda ser productiva. Sin embargo, lejos de decisiones unilaterales que, sobre todo, serían no sólo ilegales, sino radicalmente injustas (pues no representarían al conjunto de la población), se hace necesario un nuevo equilibrio en la relación España-Cataluña, en la forma que ésta haya de ser (inclusión, coordinación o vecindad) a través de un diálogo constructivo y respetuoso de todos los implicados.
La relación médico-paciente ha tenido sus crisis, y ha corrido riesgos importantes de desconexión y separación de las partes, que se han reconducido, afortunadamente, hacia la construcción de un nuevo espacio de encuentro y diálogo, más humano y relacional, que habrá que seguir desarrollando. Ojalá también la relación España-Cataluña, sea cual haya de ser, siga este camino hacia una etapa, también, más humana y relacional. Pero para eso han de esforzarse ambas partes.